LA IDENTIDAD ACUMULADA

Reflexiones Peruanas Nº 315

Autor: Wilfredo Ardito Vega

-No pareces peruano, no te gusta el ají -, me dice una mujer de Estados Unidos.

-Usted es alto. No parece peruano –le dicen a un amigo mío los carabineros del aeropuerto de Santiago de Chile.

-En el Jockey Plaza veo mucha gente que no parece peruana –me dice una europea recién llegada.

¿Existe una manera única o típica de ser peruano? Para mí, en un país tan diverso como el Perú, es ingenuo sostener que exista una estatura, unas facciones o gustos alimenticios que identifiquen a todos los peruanos. Erasmo Wong o Mónica Carrillo no son ni más ni menos peruanos que Hilaria Supa o Magaly Solier.

Todos los seres humanos somos diferentes por sexo, edad, mentalidad, temperamento, estatura, gustos y aficiones. Pensar en una identidad nacional no quiere decir que todos seamos idénticos. Sería absurdo pensar que los habitantes de Puno, Piura o Pucallpa tengan que usar la misma vestimenta o tener las mismas comidas. La identidad nacional quiere decir mas bien aprender a aceptar las diferencias, reconociéndonos todos y cada uno como peruanos.

Así como en las charlas sobre racismo, solemos emplear el concepto de discriminación acumulada, también podemos hablar de la identidad acumulada. Para explicar mejor esta idea, en u reciente taller, invité a los asistentes a escribir en un papel las experiencias que habían marcado su identidad: desde el lugar donde nacieron, sus padres, cuántos hermanos tuvieron, pasando por el colegio donde estudiaron, y, dependiendo de cada caso, la carrera que siguieron, las empresas donde trabajaron, la familia que quizás habían formado o el barrio donde ahora vivían.

Era evidente que cada uno de los presentes tenía su propia identidad acumulada, con una suma de experiencias personales irrepetibles y complejas. Por eso no es posible reducir la identidad de una persona a dos o tres elementos como el color de piel, el colegio o la universidad donde estudió.

En muchos de los elementos que cada uno había anotado, no existía una decisión personal: nadie escoge nacer hombre o mujer, ni escoge a sus padres, ni ser hermano mayor. Normalmente tampoco escogemos el colegio al que vamos ni el barrio donde vivimos durante los primeros años.

Sin embargo, llega un momento en que tomamos decisiones que marcarán nuestra identidad: estudiar una carrera, formar una familia, mudarse a cierto barrio. Hay quienes han podido escoger el lugar donde ahora trabajan o el número de sus hijos, otros no. Un señor mayor señaló que él había escogido tener un hijo varón y una mujer: sus hijos eran adoptivos.

Finalmente, la identidad es un proceso en construcción permanente. Nadie puede decir que hoy es tal como era hace uno o dos años. Muchos factores pueden generar cambios en nuestra manera de ser, de percibir el mundo y de relacionarnos con otras personas, desde un viaje o la pérdida de un ser querido, pero normalmente, las experiencias anteriores nos siguen marcando.

En cuanto a nuestra identidad como peruanos, también se va construyendo y se enriquece por nuestro interés por saber más de nuestros compatriotas y, especialmente, por nuestra capacidad para relacionarnos con aquellos que podrían parecer más diversos.

El peligro en muchos peruanos es vincularse solamente con “gente como ellos”, a veces por falta de oportunidad, pero muchas veces por prejuicios. Aún en ambientes universitarios, he conocido estudiantes que sólo hablan con quienes son más afines a ellos por razones étnicas o sociales… como si el resto de alumnos no existiera.

En general, muchas personas se mantienen a la defensiva con los peruanos “diferentes”. Hay quienes, pobres y ricos, cada noche llegan a su casa, aliviados de no haber sido asaltados o asesinados por sus perversos compatriotas… y luego se entregan a la rutina “informativa” de los noticieros para enterarse de las desgracias que les pudieron ocurrir.

Otras personas, en cambio, se relacionan cotidianamente con otros peruanos y están dispuestos a dialogar en una cola, una combi o cualquier otra circunstancia. La cajera del banco, el taxista o el compañero de asiento en la combi pueden ayudarnos a conocernos a nosotros mismos. Ahora, si tanta gente prefiere refugiarse en la desconfianza y la mutua sospecha es porque los peruanos tenemos muchos prejuicios unos hacia otros.

-Me gusta mucho conversar con la gente cuando viajo fuera del Perú –me dice un amigo.

A mí me gusta hacerlo también en el Perú.

Finalmente, creo que el trato que cada uno recibe de los demás también tiene que ver también con su propio comportamiento. Un individuo desconfiado o prepotente difícilmente tendrá las mismas experiencias que una persona cálida o solidaria en su relación con los demás. Quizás, en ambos casos, uno termina reafirmando su propia identidad.

Si la identidad es un proceso en construcción, podríamos preguntarnos, ¿qué clase de peruano deseo ser?